“No
hace mucho me preguntaban por qué no dábamos reportajes. Y yo les decía que ya
teníamos la suficiente edad, para en vez de bajarle línea a los chicos, escucharlos.
Porque en sus nervios hay mucha más información del futuro de la que tipos de
nuestra edad pueden tener para aconsejarlos”. - Carlos Alberto Solari,
Olavarría, 1997.
¿Cuál es la situación de los jóvenes con respecto a la
política en Uruguay? ¿Es cierta la creencia de que están menos involucrados en
política que el resto de la población adulta? ¿Es realmente importante que los
jóvenes estén interesados en la política? ¿Qué pueden aportar desde su poca experiencia
de vida? ¿Qué les puede aportar a los jóvenes la actividad política? Algunas de
estas preguntas se pueden esclarecer con los aportes de la investigación
realizada por Pablo Mieres (Partido Independiente) e Ignacio Zuasnabar (Equipos
Mori), sobre “La participación políticade los jóvenes uruguayos” en el año 2012. Las otras cuestiones de índole
más filosóficas, las dejaremos planteadas para ir contestando, o mejor dicho,
que los propios protagonistas nos vayan contestando en las próximas entradas de
este blog.
Pero antes, y para contextualizar de manera panorámica y
global la situación de los jóvenes uruguayos en la política partidaria
nacional, conviene hacer una breve introducción con el objetivo de aclarar los
términos que hacen a la temática a trabajar, a modo de paneo histórico rápido
de la realidad uruguaya contemporánea. También es necesario poner en
perspectiva histórica, la relevancia de la política como forma elemental
discursiva en la puesta en común de los asuntos públicos esenciales para el
buen funcionamiento de cualquier sociedad. Empezamos este recorrido con un paso
fugaz por los albores de la dialéctica y la retórica en el mundo clásico, dónde
se dieron a la luz los conceptos básicos de la democracia y la palabra como
articulador social. Asimismo, es importante remarcar la siguiente salvedad: el
enfoque es exclusivamente desde la perspectiva de la civilización occidental,
para evitar inmiscuirnos en formas alejadas de nuestra concepción del mundo
político secular, y caer en un enfoque equivocado por querer englobarlo todo
bajo una concepción única de entender la realidad, sin advertir los diferentes
significados de oriente con respecto a la política, la religión (que en muchos
casos van unidas), la forma de estar en el mundo y ver la vida desde su propia
perspectiva.
Teniendo esto en cuenta, nos encontramos que desde los
inicios de la civilización occidental, siempre ha existido la oratoria como eje
fundamental para la convivencia humana. Un aporte teórico interesante para
desarrollar esta temática, lo realiza Habermas (2da generación de la Escuela de
Frankfurt), al plantear el concepto de
“Esfera pública burguesa”, como el espacio de elaboración de sentido que surgió
en las sociedades europeas de los siglos XVII, XVIII y XIX, dónde el
comerciante o propietario burgués, intercambiaba con sus pares de clase y
género, sobre los asuntos de interés general: cultura, sociedad, política. En
definitiva, todos los aspectos racionales de la vida; el influjo de la razón
como moderador y mediador de los asuntos humanos. Este espacio surgió en el
intersticio de la vida cívica que no comprendía al Estado (autoridad pública),
ni a la “esfera privada” de la vida, la intimidad del hogar. De esta forma, la
nueva clase se legitimaba a sí misma como actor social con voz en los temas que
hacen a la administración del estado, y a la vida pública en general, en
igualdad de condiciones con la nobleza de la época. Asimismo, los nuevos derechos
civiles alcanzados en la revolución francesa, con la libertad de expresión como
emblema, permitió el desarrollo de diversos medios de prensa que funcionaban
como vínculo entre la sociedad civil y los nuevos gobernantes, los cuales
comenzaban a ocuparse de la opinión pública. Hacia el siglo XVIII este espacio
o esfera pública, se fue consolidando en los países centrales de Europa, y se
materializó como espacios físicos reales en los Cafés parisinos, y en las
cafeterías de Londres. ¿Por qué no creer que la popularidad del café como
principal bebida ingerida en estos lugares de intercambio de ideas, propició la
generación acelerada de avances en todos los ámbitos del quehacer humano? La Ilustración,
las corrientes artísticas, los descubrimientos científicos, las revoluciones
políticas y sociales, podrían haber sido catalizados, gracias al café como
sustancia novedosa para el sistema nervioso central de los europeos de aquella
época, y como vehículo de la sociabilidad burguesa. De esta manera, la era del
oscurantismo había pasado, y las mentes despiertas y conversando, iluminaron el
camino de la nueva época. Las ideas sobre el mundo florecían y se ponían en
común para generar nuevos significados, descubrimientos, invenciones y disciplinas.
Se crearon las maquinas; el vapor y el carbón hacían el trabajo pesado. Las
ciudades comenzaban a cambiar su paisaje edilicio y humano. Ya en el siglo XIX,
las formas de entender la realidad se había fragmentado en función de las necesidades
e intereses de cada estrato social, representado por corrientes y movimientos
populares. Ingresaba otro protagonista a escena: la clase obrera. El predominio
del mercado transformó la vida pública, convirtiéndola en algo más impersonal y
homogeneizado. La producción en masa de los bienes de consumo, generó
sociedades cada vez más estratificadas, y la incipiente industria de los medios
de comunicación fue convirtiendo a la masa en públicos atomizados y
desvinculados entre sí. Comenzaron a surgir líderes carismáticos,
personalidades públicas que intentaban encarnar los intereses de sus
representados. El actor político moderno, se configuró como una especie de histrión
cívico, sediento de poder.
Las potencias centrales europeas se lanzaron a
conquistar el mundo, mientras América daba los primeros pasos como naciones
independientes del dominio exterior. Uruguay no fue la excepción, salió a la
vida como estado libre y soberano, no sin antes pasar casi un siglo peleando
contra los de afuera y los de adentro. Las divisas fundacionales se conformaron
una en función y en oposición de la otra, para alcanzar, mediante la
diferenciación frente al otro ajeno, la confirmación de su propia identidad. El
siglo XX comenzó con un proceso de reformas sociales y políticas, vehiculizadas
desde el estado, que marcarían un antes y un después en la vida del país. En
medio de un mundo que iba hacia la guerra, los totalitarismos, y la caída definitiva de los
antiguos regímenes, Uruguay se proyectaba a futuro como una nación de
vanguardia en cuestiones de legislación laboral, secularización del estado,
expansión de los derechos individuales, y la conformación de una clase media
trabajadora que gozaría, hasta más de la mitad del siglo pasado, de plenas
garantías democráticas y liberales para poder desarrollarse, avanzar en la
escala social, y proyectar un futuro mejor para sus hijos. Para ese entonces
las divisas blancas y coloradas fundacionales, se habían convertido en partidos
políticos modernos, pluriclasistas, con una delimitación más o menos clara,
entre la ciudad (Partido Colorado) y el campo (Partido Nacional). Más entrado
el siglo XX, los nuevos partidos de izquierda fueron adquiriendo un progresivo
protagonismo en el escenario político nacional, y en consonancia con lo que
pasaba en el resto del mundo, la sociedad uruguaya se polarizó y entró en un
ciclo de decadencia de sus instituciones democráticas que terminarían con la
suspensión de las garantías individuales, y la dictadura cívico – militar que
se extendería por más de una década. Una vez retomada la democracia, el tablero
de la vida política en Uruguay, tendría un nuevo protagonista que agruparía a
las opciones de izquierda y lograría acceder al gobierno por primera vez en la
historia del país.
Las generaciones que hoy tienen 30 años o menos, nacieron
y crecieron en democracia, lo que implica un cambio a tener en cuenta con
respecto a las generaciones anteriores. Esta condición significa una visión del
mundo considerablemente diferente, otra forma de relacionarse de los jóvenes
entre ellos y con los mayores, una perspectiva nueva de la sociedad en la que
vivimos. Estos rasgos de las nuevas generaciones de uruguayos, y de su vínculo
con la política, es lo que se expone en la investigación realizada por Pablo
Mieres (Partido Independiente) e Ignacio Zuasnabar (Equipos Mori), sobre “La participación política de los jóvenes
uruguayos”, de la cual extraje los fragmentos que considero tienen los
datos que mejor ilustran esta realidad:
“El involucramiento político es evaluado básicamente a
través del interés en la política. Casi un quinto de los jóvenes uruguayos (19%) manifiestan mucho o bastante
interés en la política, mientras que casi la mitad asumen que el interés
que sienten es poco (49%) y
casi un tercio (31%) directamente
afirman que no tienen ningún interés en política.” (Mieres, Zuasnabar; 2012)
“Consistentemente con lo que muestran los estudios
comparados de opinión pública, la democracia alcanza un fuerte consenso entre
los uruguayos. Tres de cada cuatro (75%)
afirman que la democracia es preferible a cualquier otra forma de
gobierno. Casi uno de cada siete (13%),
por el contrario, apoyarían un gobierno autoritario en algunas
circunstancias y una minoría (9%)
asumen la posición escéptica: a la gente como yo nos da lo mismo un
régimen democrático o no democrático.” (Mieres, Zuasnabar; 2012)
“Si la idea del distanciamiento de los jóvenes con la
política es correcta, una de las dimensiones donde este distanciamiento podría
expresarse es la ideología.
¿Son los jóvenes uruguayos menos «ideologizados» que el
resto de la sociedad?
A la luz de la información aquí presentada, no aparece
evidencia que apoye esta idea.
El porcentaje de jóvenes que resiste a identificarse
ideológicamente (10%) es igual al
del resto de los grupos de edad. El 90%
de los jóvenes manifiesta algún tipo de orientación ideológica, proporción que
es muy similar a la de la población total y a la del resto de las generaciones.”
(Mieres, Zuasnabar; 2012)
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“Entre los jóvenes es una minoría de 19% (casi uno de cada cinco) los que tienen identificación fuerte
con algún partido político. La proporción de identificados fuertes aumenta
linealmente con la edad, y casi se duplica en la generación mayor (35%). De hecho entre los mayores
constituye el tercio más grande, mientras que entre los más jóvenes apenas
llega a un quinto.
Por el contrario, entre los jóvenes la proporción de
ciudadanos sin identificación (43%)
es el porcentaje más alto y este va disminuyendo en la medida que aumenta la
edad, hasta un 29% entre los mayores
de 60 años.
La conclusión es clara. Los niveles de identificación de
los jóvenes con los partidos son significativamente menores que los del
promedio del electorado y particularmente menores con respecto a los que
registra la generación de más edad.” (Mieres, Zuasnabar; 2012)
“A su vez, la manifestación de cercanía hacia los
diferentes partidos muestra que entre los jóvenes y los adultos jóvenes
predomina la cercanía hacia el Frente Amplio (40 y 42% respectivamente), mientras que la cercanía hacia los
partidos históricos se ubica en 22 y 23%
respectivamente.
Por el contrario, entre los mayores de 60 años los
porcentajes se invierten, la cercanía hacia el Frente Amplio se reduce al 28% y con respecto a los partidos
históricos llega a 37%.
Entre los diferentes grupos socioeconómicos de jóvenes no
se observan mayores diferencias, con la excepción del grupo de jóvenes de menor
educación en los que se observa un porcentaje más alto de cercanía al Frente
Amplio (54%) y en sentido contrario
entre los jóvenes de NSE alto, en que los niveles de cercanía se reducen por
debajo del promedio (32%).” (Mieres,
Zuasnabar; 2012)
“Entre los jóvenes la confianza en los medios de
comunicación alcanza también el primer lugar con el 38%, proporción levemente inferior a la del conjunto de la
sociedad. Pero las organizaciones sociales reciben una confianza menor al
conjunto (36% contra 41%), y además
tiene una preeminencia mucho mayor Internet, que alcanza casi la misma línea
que las organizaciones sociales con un 33%.
La confianza en los partidos (17%) y
en la Iglesia (25%) es sensiblemente
más baja entre los jóvenes que entre el conjunto de la población.” (Mieres, Zuasnabar;
2012)
“En definitiva, los jóvenes están menos interesados en
política y hablan menos de este tema con sus amigos, pero el subconjunto de
jóvenes que participan más activamente en política es porcentualmente similar al
del resto de la población.” (Mieres, Zuasnabar; 2012)
“Los hallazgos confirman lo manifestado anteriormente: el
uso de estas herramientas para finalidades políticas es aún minoritario. Un 11% de la población ha utilizado
Facebook para informarse políticamente, y solo un 2% ha utilizado Twitter para lo mismo. Los porcentajes son aun más
bajos cuando se consulta sobre estos instrumentos para compartir ideas
políticas: 8% lo ha hecho a través
de Facebook y 1% a través de
Twitter.
Sin embargo, el uso crece a medida que disminuye la edad.
En el caso de Facebook por ejemplo, casi uno de cada cinco jóvenes (19%) lo han utilizado para informarse
sobre política y un 14% para
expresarse políticamente, proporciones mucho más altas que para el promedio de
la población. Y en el caso de Twitter, 6%
declaran haber utilizado esta herramienta para informarse y un 4% para expresar posiciones políticas.”
(Mieres, Zuasnabar; 2012)