lunes, 15 de septiembre de 2014

Los jóvenes uruguayos y la política

“No hace mucho me preguntaban por qué no dábamos reportajes. Y yo les decía que ya teníamos la suficiente edad, para en vez de bajarle línea a los chicos, escucharlos. Porque en sus nervios hay mucha más información del futuro de la que tipos de nuestra edad pueden tener para aconsejarlos”. - Carlos Alberto Solari, Olavarría, 1997.   


¿Cuál es la situación de los jóvenes con respecto a la política en Uruguay? ¿Es cierta la creencia de que están menos involucrados en política que el resto de la población adulta? ¿Es realmente importante que los jóvenes estén interesados en la política? ¿Qué pueden aportar desde su poca experiencia de vida? ¿Qué les puede aportar a los jóvenes la actividad política? Algunas de estas preguntas se pueden esclarecer con los aportes de la investigación realizada por Pablo Mieres (Partido Independiente) e Ignacio Zuasnabar (Equipos Mori), sobre “La participación políticade los jóvenes uruguayos” en el año 2012. Las otras cuestiones de índole más filosóficas, las dejaremos planteadas para ir contestando, o mejor dicho, que los propios protagonistas nos vayan contestando en las próximas entradas de este blog.

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Pero antes, y para contextualizar de manera panorámica y global la situación de los jóvenes uruguayos en la política partidaria nacional, conviene hacer una breve introducción con el objetivo de aclarar los términos que hacen a la temática a trabajar, a modo de paneo histórico rápido de la realidad uruguaya contemporánea. También es necesario poner en perspectiva histórica, la relevancia de la política como forma elemental discursiva en la puesta en común de los asuntos públicos esenciales para el buen funcionamiento de cualquier sociedad. Empezamos este recorrido con un paso fugaz por los albores de la dialéctica y la retórica en el mundo clásico, dónde se dieron a la luz los conceptos básicos de la democracia y la palabra como articulador social. Asimismo, es importante remarcar la siguiente salvedad: el enfoque es exclusivamente desde la perspectiva de la civilización occidental, para evitar inmiscuirnos en formas alejadas de nuestra concepción del mundo político secular, y caer en un enfoque equivocado por querer englobarlo todo bajo una concepción única de entender la realidad, sin advertir los diferentes significados de oriente con respecto a la política, la religión (que en muchos casos van unidas), la forma de estar en el mundo y ver la vida desde su propia perspectiva.


Teniendo esto en cuenta, nos encontramos que desde los inicios de la civilización occidental, siempre ha existido la oratoria como eje fundamental para la convivencia humana. Un aporte teórico interesante para desarrollar esta temática, lo realiza Habermas (2da generación de la Escuela de Frankfurt), al plantear el concepto  de “Esfera pública burguesa”, como el espacio de elaboración de sentido que surgió en las sociedades europeas de los siglos XVII, XVIII y XIX, dónde el comerciante o propietario burgués, intercambiaba con sus pares de clase y género, sobre los asuntos de interés general: cultura, sociedad, política. En definitiva, todos los aspectos racionales de la vida; el influjo de la razón como moderador y mediador de los asuntos humanos. Este espacio surgió en el intersticio de la vida cívica que no comprendía al Estado (autoridad pública), ni a la “esfera privada” de la vida, la intimidad del hogar. De esta forma, la nueva clase se legitimaba a sí misma como actor social con voz en los temas que hacen a la administración del estado, y a la vida pública en general, en igualdad de condiciones con la nobleza de la época. Asimismo, los nuevos derechos civiles alcanzados en la revolución francesa, con la libertad de expresión como emblema, permitió el desarrollo de diversos medios de prensa que funcionaban como vínculo entre la sociedad civil y los nuevos gobernantes, los cuales comenzaban a ocuparse de la opinión pública. Hacia el siglo XVIII este espacio o esfera pública, se fue consolidando en los países centrales de Europa, y se materializó como espacios físicos reales en los Cafés parisinos, y en las cafeterías de Londres. ¿Por qué no creer que la popularidad del café como principal bebida ingerida en estos lugares de intercambio de ideas, propició la generación acelerada de avances en todos los ámbitos del quehacer humano? La Ilustración, las corrientes artísticas, los descubrimientos científicos, las revoluciones políticas y sociales, podrían haber sido catalizados, gracias al café como sustancia novedosa para el sistema nervioso central de los europeos de aquella época, y como vehículo de la sociabilidad burguesa. De esta manera, la era del oscurantismo había pasado, y las mentes despiertas y conversando, iluminaron el camino de la nueva época. Las ideas sobre el mundo florecían y se ponían en común para generar nuevos significados, descubrimientos, invenciones y disciplinas. Se crearon las maquinas; el vapor y el carbón hacían el trabajo pesado. Las ciudades comenzaban a cambiar su paisaje edilicio y humano. Ya en el siglo XIX, las formas de entender la realidad se había fragmentado en función de las necesidades e intereses de cada estrato social, representado por corrientes y movimientos populares. Ingresaba otro protagonista a escena: la clase obrera. El predominio del mercado transformó la vida pública, convirtiéndola en algo más impersonal y homogeneizado. La producción en masa de los bienes de consumo, generó sociedades cada vez más estratificadas, y la incipiente industria de los medios de comunicación fue convirtiendo a la masa en públicos atomizados y desvinculados entre sí. Comenzaron a surgir líderes carismáticos, personalidades públicas que intentaban encarnar los intereses de sus representados. El actor político moderno, se configuró como una especie de histrión cívico, sediento de poder.  

Las potencias centrales europeas se lanzaron a conquistar el mundo, mientras América daba los primeros pasos como naciones independientes del dominio exterior. Uruguay no fue la excepción, salió a la vida como estado libre y soberano, no sin antes pasar casi un siglo peleando contra los de afuera y los de adentro. Las divisas fundacionales se conformaron una en función y en oposición de la otra, para alcanzar, mediante la diferenciación frente al otro ajeno, la confirmación de su propia identidad. El siglo XX comenzó con un proceso de reformas sociales y políticas, vehiculizadas desde el estado, que marcarían un antes y un después en la vida del país. En medio de un mundo que iba hacia la guerra, los totalitarismos, y la caída definitiva de los antiguos regímenes, Uruguay se proyectaba a futuro como una nación de vanguardia en cuestiones de legislación laboral, secularización del estado, expansión de los derechos individuales, y la conformación de una clase media trabajadora que gozaría, hasta más de la mitad del siglo pasado, de plenas garantías democráticas y liberales para poder desarrollarse, avanzar en la escala social, y proyectar un futuro mejor para sus hijos. Para ese entonces las divisas blancas y coloradas fundacionales, se habían convertido en partidos políticos modernos, pluriclasistas, con una delimitación más o menos clara, entre la ciudad (Partido Colorado) y el campo (Partido Nacional). Más entrado el siglo XX, los nuevos partidos de izquierda fueron adquiriendo un progresivo protagonismo en el escenario político nacional, y en consonancia con lo que pasaba en el resto del mundo, la sociedad uruguaya se polarizó y entró en un ciclo de decadencia de sus instituciones democráticas que terminarían con la suspensión de las garantías individuales, y la dictadura cívico – militar que se extendería por más de una década. Una vez retomada la democracia, el tablero de la vida política en Uruguay, tendría un nuevo protagonista que agruparía a las opciones de izquierda y lograría acceder al gobierno por primera vez en la historia del país.  

Las generaciones que hoy tienen 30 años o menos, nacieron y crecieron en democracia, lo que implica un cambio a tener en cuenta con respecto a las generaciones anteriores. Esta condición significa una visión del mundo considerablemente diferente, otra forma de relacionarse de los jóvenes entre ellos y con los mayores, una perspectiva nueva de la sociedad en la que vivimos. Estos rasgos de las nuevas generaciones de uruguayos, y de su vínculo con la política, es lo que se expone en la investigación realizada por Pablo Mieres (Partido Independiente) e Ignacio Zuasnabar (Equipos Mori), sobre “La participación política de los jóvenes uruguayos”, de la cual extraje los fragmentos que considero tienen los datos que mejor ilustran esta realidad:

“El involucramiento político es evaluado básicamente a través del interés en la política. Casi un quinto de los jóvenes uruguayos (19%) manifiestan mucho o bastante interés en la política, mientras que casi la mitad asumen que el interés que sienten es poco (49%) y casi un tercio (31%) directamente afirman que no tienen ningún interés en política.” (Mieres, Zuasnabar; 2012)

“Consistentemente con lo que muestran los estudios comparados de opinión pública, la democracia alcanza un fuerte consenso entre los uruguayos. Tres de cada cuatro (75%) afirman que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno. Casi uno de cada siete (13%), por el contrario, apoyarían un gobierno autoritario en algunas circunstancias y una minoría (9%) asumen la posición escéptica: a la gente como yo nos da lo mismo un régimen democrático o no democrático.” (Mieres, Zuasnabar; 2012)

“Si la idea del distanciamiento de los jóvenes con la política es correcta, una de las dimensiones donde este distanciamiento podría expresarse es la ideología.
¿Son los jóvenes uruguayos menos «ideologizados» que el resto de la sociedad?
A la luz de la información aquí presentada, no aparece evidencia que apoye esta idea.
El porcentaje de jóvenes que resiste a identificarse ideológicamente (10%) es igual al del resto de los grupos de edad. El 90% de los jóvenes manifiesta algún tipo de orientación ideológica, proporción que es muy similar a la de la población total y a la del resto de las generaciones.” (Mieres, Zuasnabar; 2012)


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“Entre los jóvenes es una minoría de 19% (casi uno de cada cinco) los que tienen identificación fuerte con algún partido político. La proporción de identificados fuertes aumenta linealmente con la edad, y casi se duplica en la generación mayor (35%). De hecho entre los mayores constituye el tercio más grande, mientras que entre los más jóvenes apenas llega a un quinto.
Por el contrario, entre los jóvenes la proporción de ciudadanos sin identificación (43%) es el porcentaje más alto y este va disminuyendo en la medida que aumenta la edad, hasta un 29% entre los mayores de 60 años.
La conclusión es clara. Los niveles de identificación de los jóvenes con los partidos son significativamente menores que los del promedio del electorado y particularmente menores con respecto a los que registra la generación de más edad.” (Mieres, Zuasnabar; 2012)

“A su vez, la manifestación de cercanía hacia los diferentes partidos muestra que entre los jóvenes y los adultos jóvenes predomina la cercanía hacia el Frente Amplio (40 y 42% respectivamente), mientras que la cercanía hacia los partidos históricos se ubica en 22 y 23% respectivamente.
Por el contrario, entre los mayores de 60 años los porcentajes se invierten, la cercanía hacia el Frente Amplio se reduce al 28% y con respecto a los partidos históricos llega a 37%.
Entre los diferentes grupos socioeconómicos de jóvenes no se observan mayores diferencias, con la excepción del grupo de jóvenes de menor educación en los que se observa un porcentaje más alto de cercanía al Frente Amplio (54%) y en sentido contrario entre los jóvenes de NSE alto, en que los niveles de cercanía se reducen por debajo del promedio (32%).” (Mieres, Zuasnabar; 2012)

“Entre los jóvenes la confianza en los medios de comunicación alcanza también el primer lugar con el 38%, proporción levemente inferior a la del conjunto de la sociedad. Pero las organizaciones sociales reciben una confianza menor al conjunto (36% contra 41%), y además tiene una preeminencia mucho mayor Internet, que alcanza casi la misma línea que las organizaciones sociales con un 33%. La confianza en los partidos (17%) y en la Iglesia (25%) es sensiblemente más baja entre los jóvenes que entre el conjunto de la población.” (Mieres, Zuasnabar; 2012)

“En definitiva, los jóvenes están menos interesados en política y hablan menos de este tema con sus amigos, pero el subconjunto de jóvenes que participan más activamente en política es porcentualmente similar al del resto de la población.” (Mieres, Zuasnabar; 2012)

“Los hallazgos confirman lo manifestado anteriormente: el uso de estas herramientas para finalidades políticas es aún minoritario. Un 11% de la población ha utilizado Facebook para informarse políticamente, y solo un 2% ha utilizado Twitter para lo mismo. Los porcentajes son aun más bajos cuando se consulta sobre estos instrumentos para compartir ideas políticas: 8% lo ha hecho a través de Facebook y 1% a través de Twitter.
Sin embargo, el uso crece a medida que disminuye la edad. En el caso de Facebook por ejemplo, casi uno de cada cinco jóvenes (19%) lo han utilizado para informarse sobre política y un 14% para expresarse políticamente, proporciones mucho más altas que para el promedio de la población. Y en el caso de Twitter, 6% declaran haber utilizado esta herramienta para informarse y un 4% para expresar posiciones políticas.” (Mieres, Zuasnabar; 2012)



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