jueves, 11 de septiembre de 2014

Hacer Elecciones

Les tengo que hacer una confesión: este 26 de octubre es la primera vez que voy a estar parado frente a una urna. Por motivos de fuerza mayor, el pasado 1 de junio no pude estar – me boludié en el trámite de la credencial- y más que nunca estoy invadido de dudas. No por la parafernalia que supone la votación, sino por la definición de la papeleta que irá dentro de ese “mágico” sobre.

Soy un fiel seguidor de la campaña. Leo –en papel, me encanta aclararlo- los tres diarios más importantes  (El País, El Observador, La República), presto especial atención a las editoriales, sigo a todos los candidatos en Twitter e intento desmenuzar las ideas de cada candidato/partido. En este último ítem encuentro la mayor dificultad. ¿Hasta dónde hay ideas y no acusaciones?¿Qué papel cumple el Marketing?¿Votamos ideas o caras?¿Hasta dónde hemos llegado con la estetización de los actores políticos?

Seamos claros y lineales. Recordemos la definición etimológica de la política: todo lo relativo al ordenamiento de la polis – hoy traducida en estados- o los asuntos del ciudadano. Si a esa definición le sumamos la cualidad de ser partidaria derivamos en un régimen de partidos que implican distintas formas de ordenar la polis: económica, social, cultural, etc. Es decir, las elecciones, suponen la deliberación democrática del mejor candidato a desempeñar dichas tareas. Y hago hincapié en el hecho que sean democráticas; ahora bien, ¿tenemos una libre elección? No en el sentido de elecciones secretas, universales, etc, sino en un punto más filosófico. ¿Hasta qué punto la estética- y pensarla como un todo (no solo lindo y feo)- actúa en nuestras decisiones? ¿No habremos llegado al punto que es lo único que interesa? Muchos autores clásicos han trabajado el vínculo de la estética con el fascismo. La teatralidad de los actos/declaraciones/eventos se vuelve un must y la política queda de lado. ¿No traducirá en esos términos la Política Uruguaya?


Vayamos viendo algunos puntos que ilustran esta situación.

El marketing. De verdad me cuesta entender como dos conceptos como el marketing y la política pueden ser yuxtapuestos. Una metodología que está estrechamente asociada a la mercadológico y que, históricamente, se presenta como “impura” no se relaciona, en lo más mínimo, con la política. No solo el marketing de las personas, donde el que más llama a la vista es el fenómeno Lacalle Pou con su espectacular – en el sentido de espectáculo- campaña, sino también en los propios programas de gobiernos. Cuando Tabaré Vázquez gana las elecciones internas da un discurso donde promete dar una tablet a los jubilados. Diganme si no está usando la misma técnica que Ultrawash:



Ejemplos hay de sobra, pero se ve como el marketing se ha colado en la política.

Parece, también, haber una cierta proporcionalidad entre tiempo a falta de la elección y agresividad de declaraciones, que se puede traducir en falta de ideas. Y que quede claro, no estoy pensando en ningún actor político en particular. El último cruce PITCNT – Lacalle Pou es un claro retrato de la lógica de la confrontación. Más allá de la peronización del Uruguay – quedará para otra columna- el cruce no tuvo más que acusaciones por interpretaciones de dichos elevando el tono hacia una agresividad inecesaria para consumir en la pauta de un programa familiar cómo Ahora Caigo. Sino, miren el último spot del IR. ¿Qué aporta?



Por último, la gran cantidad de dinero desperdiciada durante estos meses. Pese a que el presupuesto estatal es uno de los principales temas a discutir, los partidos gastan fortunas en la campaña electoral tanto interna como interpartidara. Más allá que mueve un cierto sector de la economía, que se beneficia de la zafra, me resulta insólito que gasten tantos millones de dólares mientras los propios políticos hablan de la falta de fondos para políticas sociales o educativas.

En definitiva, creo que como sociedad ha llegado la hora de hacer elecciones. ¿Queremos productos con cualidades supremas o humanos con diversas ideologías?


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