Les tengo que
hacer una confesión: este 26 de octubre es la primera vez que voy a estar
parado frente a una urna. Por motivos de fuerza mayor, el pasado 1 de junio no
pude estar – me boludié en el trámite de la credencial- y más que nunca estoy
invadido de dudas. No por la parafernalia que supone la votación, sino por la
definición de la papeleta que irá dentro de ese “mágico” sobre.
Soy un fiel
seguidor de la campaña. Leo –en papel, me encanta aclararlo- los tres diarios
más importantes (El País, El Observador,
La República), presto especial atención a las editoriales, sigo a todos los
candidatos en Twitter e intento
desmenuzar las ideas de cada candidato/partido. En este último ítem encuentro
la mayor dificultad. ¿Hasta dónde hay ideas y no acusaciones?¿Qué papel cumple
el Marketing?¿Votamos ideas o caras?¿Hasta dónde hemos llegado con la
estetización de los actores políticos?
Seamos claros y
lineales. Recordemos la definición etimológica de la política: todo lo relativo
al ordenamiento de la polis – hoy traducida en estados- o los asuntos del
ciudadano. Si a esa definición le sumamos la cualidad de ser partidaria derivamos
en un régimen de partidos que implican distintas formas de ordenar la polis:
económica, social, cultural, etc. Es decir, las elecciones, suponen la
deliberación democrática del mejor candidato a desempeñar dichas tareas. Y hago
hincapié en el hecho que sean democráticas; ahora bien, ¿tenemos una libre
elección? No en el sentido de elecciones secretas, universales, etc, sino en un
punto más filosófico. ¿Hasta qué punto la estética- y pensarla como un todo (no
solo lindo y feo)- actúa en nuestras decisiones? ¿No habremos llegado al punto
que es lo único que interesa? Muchos autores clásicos han trabajado el vínculo
de la estética con el fascismo. La teatralidad de los
actos/declaraciones/eventos se vuelve un must
y la política queda de lado. ¿No traducirá en esos términos la Política
Uruguaya?
Vayamos viendo
algunos puntos que ilustran esta situación.
El marketing. De
verdad me cuesta entender como dos conceptos como el marketing y la política
pueden ser yuxtapuestos. Una metodología que está estrechamente asociada a la
mercadológico y que, históricamente, se presenta como “impura” no se relaciona,
en lo más mínimo, con la política. No solo el marketing de las personas, donde
el que más llama a la vista es el fenómeno Lacalle Pou con su espectacular – en
el sentido de espectáculo- campaña, sino también en los propios programas de
gobiernos. Cuando Tabaré Vázquez gana las elecciones internas da un discurso
donde promete dar una tablet a los jubilados. Diganme si no está usando la
misma técnica que Ultrawash:
Ejemplos hay de
sobra, pero se ve como el marketing se ha colado en la política.
Parece, también,
haber una cierta proporcionalidad entre tiempo a falta de la elección y
agresividad de declaraciones, que se puede traducir en falta de ideas. Y que
quede claro, no estoy pensando en ningún actor político en particular. El último
cruce PITCNT – Lacalle Pou es un claro retrato de la lógica de la
confrontación. Más allá de la peronización
del Uruguay – quedará para otra columna- el cruce no tuvo más que acusaciones
por interpretaciones de dichos elevando el tono hacia una agresividad
inecesaria para consumir en la pauta de un programa familiar cómo Ahora Caigo. Sino, miren el último spot
del IR. ¿Qué aporta?
Por último, la
gran cantidad de dinero desperdiciada durante estos meses. Pese a que el
presupuesto estatal es uno de los principales temas a discutir, los partidos gastan
fortunas en la campaña electoral tanto interna como interpartidara. Más allá
que mueve un cierto sector de la economía, que se beneficia de la zafra, me
resulta insólito que gasten tantos millones de dólares mientras los propios
políticos hablan de la falta de fondos para políticas sociales o educativas.
En definitiva,
creo que como sociedad ha llegado la hora de hacer elecciones. ¿Queremos
productos con cualidades supremas o humanos con diversas ideologías?
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